Hay ocasiones en las que el atrevimiento en las artes ilumina los caminos que se nos abren a la acción y al pensamiento, siendo su intencionalidad no necesariamente esa. Eso sucede en esta época con películas y series de televisión. Eso sucede con Merlí.
Merlí es una serie de TV3 que acaba de terminar hace una semana con la finalización de su tercera temporada. Un total de 40 episodios en los que un profesor de filosofía de bachillerato con maneras poco comunes se enfrenta a la tarea de volver a dar clases gracias a una sustitución, en una zona imprecisa de Barcelona y con un alumnado poco acostumbrado a tener sorpresas con el profesorado.
He visto y leído varias críticas y comentarios a la serie, pero tienden a centrarse en la manera “especial”, “atípica”, “diferente” de dar las clases de este hombre a punto de cumplir los 60, y con una personalidad como poco, peculiar. Pero siendo un detalle importante, lo son otros elementos que habría que tomar en cuenta para poder valorar mejor las aportaciones, y también los peros de la serie.
A pesar de que creo que sobreabunda el sexo, es un tema tan recurrente en el medio audiovisual de España, que Merlí no escapa a ello, a pesar de ser una serie muy catalana, y no me parece realmente que entorpezca la comunicación de lo relevante, sino que incluso en algunos momentos ayuda. Lo realmente destacable en lo negativo desde mi punto de vista es la cuestión de la poca o nula diversidad entre las procedencias de las y los protagonistas. En el aula hay 11 chicos y chicas protagonistas y otros tantos que son de relleno; entre estas últimas hay gente de origen africano, asiático y posiblemente latinoamericano, pero entre el grupo principal, todas son españolas. Sólo la última incorporación a la serie, el personaje es una ucraniana adoptada, pero la actriz es local. Esto, en una Barcelona multicultural no parece muy adaptado a la realidad, y podría haber mostrado con mejor detalle las problemáticas de un grupo de jóvenes de 17 a 19 años, haciendo el bachillerato en un barrio de Barcelona con cierta diversidad de procedencias socioeconómicas.
El mayor acierto según la mayor parte de las críticas es mostrar que se puede enseñar la filosofía de otra manera, e indudablemente no voy a negar que es un factor muy importante para considerarla positivamente. La filosofía lleva demasiado tiempo siendo desconsiderada y reducida en importancia en los curricula escolares, y el modo de enseñanza del profesor que espera que se memorice y repita unos contenido que explica magistralmente, ya era hora que empezara a verse superado en las series de adolescentes al uso. Cada capítulo se dedica a un autor o autora, de diversas épocas, de Grecia a los días actuales. No sólo se incorpora a mujeres filósofas, sino que además se incluyen pensadores del presente, o por ejemplo de Asia. Cada capítulo va dando unas pinceladas de su pensamiento, que van a servir de canal para el desarrollo de la temática del capítulo, descubriendo los protagonistas la relación entre ambas cosas. Y las formas pedagógicas de Merlí, llevando a su clase al patio, a la cocina o fuera del centro a realizar la clase, encauzando la temática hacia las preocupaciones reales de quienes tiene delante, resultan sorprendentes ante lo que se encuentra normalmente, es cierto. Pero es que en lo filosófico, Merlí quiere fundamentalmente conseguir que esas chicas y chicos piensen, e incorporen la reflexión a su día a día, y eso es lo que más debería hacerse notar de sus formas.
Por otro lado, se ha criticado la incoherencia del personaje, la falta de cohesión entre el profesor y el hombre fuera del centro. Creo que precisamente este es un elemento clave para otro elemento que no se ha puesto en valor de la serie; Merlí no limita su actuación a su relación en el aula. Se preocupa por el día a día de quienes tiene delante, e interviene, se implica. De haber sido una persona perfecta, eso hubiera llevado a un personaje angelical, y por tanto poco real. Merlí es como sus alumnas y alumnos, imperfecto, con errores, con miedos y con incongruencias. Y en el paso de las 3 temporadas vamos a verle incluso en el centro de la segunda como duda de que esa implicación sea positiva, siente celos de otra profesora, y se retrae en su relación de proximidad.
El proceso educativo es en realidad mágico. Precisa de una constante puesta en juego de lo que cada una de las partes es, para que surja el milagro del aprendizaje. La memorización es fruto de la suerte o del esfuerzo; el aprendizaje es una reacción, química decimos muchas veces, en la que alguien cuenta y otro entiende, que no está falta de esfuerzo y concentración, pero que lo contingente es esto último, y lo necesario, la magia. Eso es lo que muestra perfectamente Merlí.