Misericordia y pastoral. Sobre Fiducia Supplicans

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Recientemente he leído varias críticas a la Declaración Fiducia Supplicans, todas desde el interior de la Iglesia Católica. Soy consciente que mi fe me mantiene en una posición de cierta lejanía de la Iglesia, pero me considero creyente, y próximo a la figura del Papa Francisco. Y por otra parte, el Personalismo Comunitario tiene una relación muy estrecha con la fe, tanto que teología y filosofía son necesarias para entender bien todo esto.

Recientemente ha habido un texto que me ha preocupado enormemente. Me refiero a la crítica de Juan M. Burgos al documento «Fiducia Supplicans» expuesta en su cuenta de Facebook y seguramente por otros medios. Y me gustaría dar una respuesta, con la intención de ahondar desde el personalismo.

Primeramente, la idea de bendecir a individuos en situaciones «irregulares» se basa en una comprensión más profunda de la misericordia como un atributo central de Dios, reflejado en la enseñanza de Jesús (Lucas 15:1-7, la parábola de la oveja perdida). El Papa Francisco, en su exhortación «Amoris Laetitia», enfatiza la necesidad de una Iglesia que comprenda y acompañe a las personas en sus diversos caminos de vida, respetando su dignidad y buscando su integración en la vida de la Iglesia (Amoris Laetitia, capítulos 4 y 8).

La crítica de Burgos a la distinción entre bendecir a las personas y no a sus uniones puede ser entendida como una preocupación legítima por mantener la claridad doctrinal. Sin embargo, esta preocupación necesita ser equilibrada con la realidad pastoral que enfrentan muchos fieles, y a la que va dirigida fundamentalmente está Declaración. El Concilio Vaticano II, en documentos como «Gaudium et Spes», reconoce la complejidad de la condición humana y la necesidad de una Iglesia que se comprometa con la realidad del mundo en un espíritu de compasión y comprensión. La distinción propuesta en «Fiducia Supplicans» puede verse como un intento de hacer precisamente esto, ofreciendo un espacio para la gracia y la misericordia en situaciones donde la doctrina pura no ofrece respuestas claras.

Desde una perspectiva personalista, la atención se centra en la dignidad intrínseca y el valor único de cada persona. El personalismo, como lo desarrollaron filósofos como Emmanuel Mounier, subraya que cada individuo debe ser tratado como un fin en sí mismo, no como un medio para otro fin, y que la persona humana no puede ser reducida a sus acciones o situaciones. En este contexto, la crítica de Burgos podría beneficiarse de un enfoque más personalista.

Esto implica un acercamiento pastoral que busca comprender y acompañar a las personas en su singularidad, más allá de las categorías morales o doctrinales. El personalismo también pone énfasis en el encuentro genuino con el otro. Este enfoque puede aplicarse a la pastoral, donde el encuentro con personas en situaciones «irregulares» no se trata solo de aplicar la doctrina, sino de un diálogo compasivo y respetuoso que reconoce su humanidad plena. Mientras que Burgos aparentemente se preocupa por la coherencia doctrinal, el personalismo invita a una integración de la doctrina con la experiencia personal y única de cada individuo. Esto no implica comprometer la doctrina, sino reconocer que la aplicación de la doctrina debe tener en cuenta la complejidad de las situaciones humanas.

Además, la teología moral católica ha evolucionado para reconocer que las situaciones morales a menudo presentan complejidades que requieren discernimiento y no solo la aplicación rígida de normas (ver, por ejemplo, «Veritatis Splendor» del Papa Juan Pablo II). Esto implica un enfoque más matizado en el tratamiento de situaciones de vida «irregulares», donde el objetivo es guiar a las personas hacia una mayor integración en la vida de la Iglesia y una relación más profunda con Dios, en lugar de simplemente juzgar o excluir. La moral nunca debería mostrarse como superior a la doctrina o a la pastoral. Y como se pregunta recientemente Rocco Buttiglione (Exaudi 19 de diciembre ), “¿Apagará la Iglesia esta mecha humeante o, en la medida de lo posible, la mantendrá viva?”.

En conclusión, esta respuesta a Burgos requiere una consideración cuidadosa de la tensión entre doctrina y pastoral, una tensión que ha sido una característica constante en la historia de la Iglesia Católica. La propuesta de «Fiducia Supplicans» puede entenderse como un esfuerzo por navegar esta tensión de manera que sea fiel a la enseñanza católica, mientras se extiende la compasión y la misericordia a todos los fieles, independientemente de su situación. El personalismo resalta la importancia de ambos valores centrales en las enseñanzas de Jesucristo. En este caso significaría buscar formas de expresar la misericordia de Dios de manera que respeten tanto la dignidad de las personas como la enseñanza de la Iglesia.

En resumen, al añadir un enfoque personalista a la crítica de Burgos, se propone una visión más holística que equilibra la doctrina con un profundo respeto por la dignidad y singularidad de cada persona. Una pareja no es sólo sus relaciones sexuales, sino mucho más. Esto no solo enriquece la comprensión de la pastoral católica, sino que también proporciona un marco para abordar las complejidades doctrinales y humanas de una manera que es fiel tanto a la enseñanza de la Iglesia como al mandamiento del amor cristiano.

La importancia de la pregunta y ChatGPT

Existe un enorme barullo sobre las inteligencias artificiales, o lo que hemos venido denominando así, que tampoco me parece demasiado correcto hacerlo. De hecho se puede recurrir a la definición de sí mismo que nos da si le preguntamos que intente definirse:

«Soy ChatGPT, un modelo de lenguaje artificial desarrollado por OpenAI. Estoy basado en el modelo de red neuronal Transformer y fui entrenado en una amplia variedad de fuentes de internet. Sin embargo, no tengo acceso a datos personales a menos que me los proporciones en el transcurso de nuestra conversación. Estoy diseñado para entender y generar texto, lo que me permite ayudar a responder preguntas, escribir ensayos, resumir textos, traducir idiomas y realizar muchas otras tareas relacionadas con el lenguaje. Aunque puedo proporcionar información basada en mi entrenamiento, no tengo la capacidad de tener experiencias personales o emociones, y mi objetivo principal es proporcionar ayuda y asistencia de manera neutral e imparcial.»

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Como vemos se trata de un modelo de lenguaje, de un sistema desarrollado para aprender a comunicarse con humanos, o para servir de intermediario entre otras formas de lenguaje y los humanos, para facilitar la comprensión y poder desarrollar aplicaciones, textos, programas, otros lenguajes, que nos permitan avanzar en el conocimiento. Está claro que no se trata de entes capaces de tomar decisiones y otras capacidades que le otorgamos al adjetivo «inteligente». Hablamos de sistemas de interpretación de lenguaje.

Y para que nuestra comunicación sea fluida, debemos seguir una de las máximas primeras de toda correcta aproximación al conocimiento; cuestionarse y cuestionar, realizar preguntas, y de cómo sean esas preguntas, de cómo estén formuladas y enmarcadas va a depender la respuesta. Así el primer y más importante desarrollo en el uso de cualquier modelo de lenguaje, está siendo el prompt engineering, la ingeniería de la pregunta ajustada. Saber preguntar y enmarcar, contextualizar la pregunta, consigue respuestas que se ajusten a nuestras expectativas. Una mala contextualización y/o una pregunta mal planteada,o simplemente mal redactada, conduce a respuestas desajustadas, incomprensibles.

Esto tiene una relevancia enorme en Educación. Hasta ahora hemos insistido la gran mayoría de docentes, o eso espero,en la necesidad de que el alumnado aprendas hacerse las preguntas correctas, además de simplemente hacerse preguntas. La demostración de la relevancia de esto la podemos llevar a cabo utilizando ChatGPT u otros modelos similares, ejercitando el preguntar: cuidar el objetivo, la redacción, los pasos que creemos deben darse, etc…


La pregunta está presente tanto en el modelo socrático, como en líneas pedagógicas como Filosofía para niñas y niños. Todo modelo dialógico de aprendizaje incluye como fundamental un correcto uso de la pregunta, ya que se trata de una de las vías de comunicación fundamentales en el aprendizaje/enseñanza.

La transmisión de valores en la Educación

Los valores que creemos básicos en nuestra sociedad, son fruto de un consenso, pero no de un consenso de leyes que garanticen esos valores. El consenso se encuentra en el contenido de esos valores, que provienen de diferentes fuentes, tienen diferentes raíces. Y por el hecho de ser un consenso implica que no todos ni todas estamos de acuerdo en esas raíces, como tampoco en las normas que luego usamos para intentar defenderlos y garantizarlos.

Esto que acabo de decir lo aceptaría un amplio espectro de personas, con otro amplio espectro de convicciones e ideologías, salvo quizás aquellos que pretendan asegurar sus ideas con el ejercicio de la fuerza o de modos autoritarios de fijación de sus valores. Pero en cualquier caso, siempre acabaríamos topando con la cuestión de la transmisión de los valores, de la Educación.

Recientemente, en El Periódico de Extremadura, Víctor Bermúdez ha firmado un sorprendente artículo donde defiende una terminología, como poco sorprendente en un compañero filósofo, para un Ilustrado y Moderno. Textualmente dice: “¿Hay adoctrinamiento moral o ideológico en las aulas? Sí, por supuesto. … Una de las funciones de la escuela es transmitir los valores comunes en torno a los que se articula una sociedad.”. Este tipo de traslaciones de sentido es muy común, sea de manera intencionada o no, cuando se quiere tener razón, pero en este caso el paso de “adoctrinar” a “transmitir” supone un abismo conceptual tan grande que no es aceptable.

“¿Hay adoctrinamiento moral o ideológico en las aulas? Sí, por supuesto. … Una de las funciones de la escuela es transmitir los valores comunes en torno a los que se articula una sociedad.”

La función educativa es, o debería ser, la de mostrar el camino del pensamiento crítico, enseñar, mostrar, que pensar es el modo de saber. Ni la instrucción memorística ni el adoctrinamiento son la manera de alcanzar el conocimiento, ese que debería ser liberador, el que abre los senderos que llevan a más conocimiento. La Ilustración fue la que extendió la educación a cada vez más sectores de la sociedad, para que abandonara el elitismo de las diferencias de clase, y se democratizara el acceso al conocimiento. Mostrar, debatir, razonar, para alcanzar las anheladas libertad e igualdad. Este es el fundamento que las constituciones democráticas exponen en sus principios, y desarrollan sus leyes.

Se nos presenta el modelo público, el estatal, que debe garantizar el estado y está basado en la competencia docente a través de un sistema de oposición vitalicia, como el garante de que el adoctrinamiento sea el mínimo necesario, y el justo, el adecuado. Para ello los parámetros son los consensos en las leyes (que recuerdo cambian o pueden cambiar según el gobierno), la guardia y custodia de la administración sobre todo de los centros que no son de titularidad estatal, y el desideratum de que no se utilice políticamente la educación.

Ese mínimo de adoctrinamiento me resuena a modelos éticos mínimos que ya se han presentado y que no han dado ningún buen resultado. Como si el problema del adoctrinamiento fuera la cantidad. No entiendo como se puede plantear modelos de pensamiento crítico mientras se inculca y adoctrina. En sí mismo, el adoctrinamiento justo, es torticero, una contradictio, ya que se adoctrina para obtener personas obedientes y bien adaptadas, no libres y críticas, cosa imposible. 

Ese mínimo de adoctrinamiento me resuena a modelos éticos mínimos que ya se han presentado

Estamos hablando de ese populismo tan al uso que ya no sabe cómo presentarse y ahora quiere adoctrinar democráticamente, quizás en un aggiornamento del clericalismo de izquierdas y derechas.

Tenía 15 años aquel 6 de diciembre de 1978

En diciembre de 1978 yo tenía 15 años. Aquel era un año de varicela, de vacaciones en Tabernes, y de aquellas cosas que eran normales en la España de los 70. También es cierto que había sido el año de mi despertar en política, en el instituto Calderón de la Barca entre Usera y Carabanchel, había tenido los primeros contactos con el mundo de la política, de la interpretación de la historia de esas otras maneras que pueden ser vistas a parte de la versión oficial.

Es cierto que mi entorno era monárquico de centro izquierda y mi familia era muy juancarlista. Durante aquellos años del principio de la transición había entendido que la España de antes no era algo bueno y había que cambiarla, había que superarla, dejando atrás los años de la dictadura, la misma que ahora en mi Chile natal campaba a sus anchas, y que podíamos hacerlo gracias a un señor de traje oscuro y raya al lado que se llamaba Adolfo Suárez, que había conseguido acomodar a ultramontanos y a progresistas para poder llegar a ese punto de equilibrio que permitiera una nueva vida en esa España tan acomodada a vivir como se pudiera, o sea, a sobrevivir.

la Constitución del 78 fue una solución que a todas luces daba la impresión de ser un parche

Pero desde el principio, la Constitución del 78 fue una solución que a todas luces daba la impresión de ser un parche, algo para poder pasar página. Para muchos, el hecho de que la anterior Constitución hubiera sido eliminada después de un golpe de estado y una guerra civil, y que las normas fundamentales de los últimos 10 años hubieran sido promulgadas en unas elecciones controladas y falsas, hacía que este nuevo momento, dirigido por un régimen que además había sido el responsable de colocar como jefe del estado al rey Juan Carlos, hacía que todo pareciera gradual, suave, una Transición en paz. Esta nueva Constitución, a pesar de ser redactada por unas personas elegidas en unas primeras elecciones, donde ya habían participado muchos partidos y de los que habían sido perseguidos durante la dictadura, precisamente por los elementos anteriores no se apreciaba que tuviera los elementos necesarios para ser considerada como una norma lo suficientemente amplia para ser aceptable.

 aquella Constitución guardaba muchos de los elementos que habían debido ser aceptados para contentar a los elementos más conservadores

La campaña publicitaria de la Constitución como elemento anti miedo, anti guerra, anti fantasmas, del olvido para seguir adelante, fue muy efectiva y consiguió el efecto deseado siendo aprobada en referéndum por las dos terceras partes de las personas con derecho a voto. Pero aquella Constitución guardaba muchos de los elementos que habían debido ser aceptados para contentar a los elementos más conservadores, que venían del régimen de la dictadura y por lo tanto se vislumbraba una época en la que daríamos paso posteriormente, a cambios y modificaciones en dicha ley.

Pero esos cambios no han existido, no llegaron. El único cambio que ha sufrido esta Constitución fue precisamente un cambio realizado con nocturnidad y alevosía, o lo que es lo mismo en esta España que no cambia, con calor y en mitad de agosto por parte de los dos partidos mayoritarios que sumaban casi 300 escaños en el Parlamento en aquel momento, y necesitaban realizar una modificación para dejar el camino abierto a las necesidades del capital ante la nueva crisis que estaba atenazando el país y a medio mundo.

La España de las autonomías que debería haber sido un paso previo para un estado más federado y europeísta ha mantenido vivo el sentimiento de esa España tradicional

No haber modificado en 40 años la Constitución no es un síntoma de estabilidad, sino de debilidad ante las presiones de los sectores más conservadores, y ha traído como consecuencia que la estructura del estado, el reparto de poderes, los pasos que hay que dar para realizar los cambios en dichos poderes, y el establecimiento de nuevas leyes que garanticen los derechos que van apareciendo a medida que va cambiando la sociedad, hayan quedado encorsetados, restringidos a unos procedimientos más propios de la dictadura que de la democracia, y nos ha colocado en un punto complicado de nuestra historia, ya que coexisten nuevas ideas de funcionamiento democrático con estructuras de un conservadurismo que dificulta cualquier cambio o actualización de las normas y de las propias estructuras.

La España de las autonomías que debería haber sido un paso previo para un estado más federado y europeísta ha mantenido vivo el sentimiento de esa España tradicional que pretende ser una, grande por su historia y libre de cualquier influencia exterior. Y lo ha mantenido porque no hemos sabido ir actualizando el modelo y creando la base para una constitución de un país parte de un único estado europeo, el que ahora se enfrenta a pasos necesarios de ampliación de sus leyes comunes a ámbitos hasta ahora imposibles de abordar como la educación, fundamentales para crear las bases de ese estado unificado futuro, cada vez más imposible.

Así las cosas el cambio que pudo haber supuesto el 15M y la aparición de nuevas formas políticas, como consecuencia de esos movimientos ciudadanos, en estos momentos se encuentra en un punto de quiebre debido a que quienes realmente empiezan a aparecer con fuerza son movimientos de reacción para los que el sentimiento nacional de identidad es lo único que queda después de 40 años de democracia.

La transición española es por tanto un ejemplo de frustración y de fracaso, que solamente ha conseguido mantener la paz social a base de las subvenciones europeas y la creación de estructuras de la administración enormemente grandes.

Reseña de «Los dilemas del Profesor Heyman» de Nicolás Paz*

Este libro de Nicolás Paz Alcalde, que llegó a mis manos en 2015, correspondía aún a la edición autoeditada del mismo. Hoy ya cuenta con la edición de La Moderna, y aún así, una obra de teatro no es tan común encontrarla editada a día de hoy. Abundan la novela y el ensayo; la poesía, sí. Pero el teatro resulta escaso.

Siempre me he imaginado al profesor, mirando un muro con líneas oblicuas, desproporcionado, como su banco, propios de una realidad fuera de lo real

Desde el principio me recordó a Samuel Beckett y a Eugène Ionesco. No por los diálogos, sino en la ambientación. Siempre me he imaginado al profesor, mirando un muro con líneas oblicuas, desproporcionado, como su banco, propios de una realidad fuera de lo real, donde llegaban los personajes como en Ionesco, de donde uno no se los esperaba, insistiendo machaconamente sus ideas con una terquedad propia del mundo real. Y todo en un ambiente frío y opresor.

Pero los dilemas de este profesor en el ghetto de Varsovia en 1942, no forman parte del absurdo. Son la cruda realidad de uno de los episodios más oscuros de nuestra historia reciente; uno de esos cientos de episodios oscuros que forman parte de los “top” de nuestra Historia. Y se abordan de esa manera que a mí me gusta que se haga presente la realidad; cargada de filosofía.

¿Qué libro de filosofía le regalan a Herr Heyman? ¿Qué pájaro es el que se sale de lo normal sobre el muro?

Se pueden imaginar lo que va a acontecer, pero eso, claro está, no es lo importante. Cuando uno se enfrenta a un texto donde sabe el inevitable final, incluso el camino que conduce hacia él, puede permitirse la distracción en los detalles, y hacerse preguntas que a lo mejor otros no se harían, pero que se pueden comentar porque no desvelan nada que uno no pueda esperar de un texto sobre este tema. ¿Qué libro de filosofía le regalan a Herr Heyman? ¿Qué pájaro es el que se sale de lo normal sobre el muro?

El mundo, la realidad se han vuelto incomprensibles, han transmutado en irreal, y lo único cuerdo es esperar.

Pero indudablemente, lo que más me interesa, como filósofo es la espera. Porque esa es la clave de todo. Y no, realmente no se espera nada y a nadie, en todo caso a Dios. Así como Berenger no espera sino que ve como los rinocerontes se apoderan de todo, o los personajes esperan a Godot que no llega, el Profesor, sólo espera. El mundo, la realidad se han vuelto incomprensibles, han transmutado en irreal, y lo único cuerdo es esperar. Porque nada parece funcionar con los códigos conocidos; los seres que habitan el ghetto y Varsovia entera, han entrado en la dinámica irracional de la supervivencia. Algo que no es vida, que no es parte de nuestra realidad, sino de un mundo perverso donde nada tiene sentido, y solo cabe esperar.

Escribir desde el horror, desde la Shoah, desde la perplejidad que nos genera la acción humana por la que se busca eliminar a determinados grupos humanos, nos obliga a posicionarnos desde él cuando leemos estos dilemas, de los que nos advierten, no se aportan respuestas. Porque no las hay. O sí. Pero desde el horror.

 

*Aparecida recientemente en la revista El Espejo de la Asociación de Escritores de Extremadura.

Emigración. 50 años de mi llegada a España

Hoy hace 50 años, que mis padres y yo, tomábamos el camino de la emigración. Mi madre regresaba a España tras 10 años en Chile, y mi padre iba a cumplir su sueño de ir al país de sus padres, y vivir en el Bilbao de su padre y abuelos. Lo hacíamos en el Transandino camino de Buenos Aires, transbordando en Los Andes y Mendoza. Atrás quedaba mi abuelo Antonio, al que no volvería a ver.

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Desde el 1 al 3 de septiembre de 1968 estuvimos en el Hotel Tívoli de Buenos Aires, un hotel ya desaparecido de la calle Florida. Dedicamos esos días a pasear la ciudad, visitar amistades y sobretodo hacer tiempo para esperar al momento del embarque en el trasatlántico Eugenio C rumbo a Europa.
Mis recuerdos no son claros de esos días, no generaron un recuerdo concreto, y por eso he tenido que recurrir a la memoria de lo escuchado durante años, y a la memoria de mis padres. En la próxima entrada hablaré de mis recuerdos del barco y las paradas que hicimos, cosas de las que sí conservo memoria propia.

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Cuando el barco venía bajando hacia el sur, Roberto Carlos grabó parte de una película en él, mientras hacía escala en río, a fines de julio de 1968. Y en aquella escala se subió Vinicius de Moraes para viajar a Buenos Aires, aunque no llegó allí sino a Montevideo porque un arenero había encallado en mitad de la bocana del puerto. Era el 8 de agosto.
Pero el 5 de septiembre de 1968 mis padre y yo embarcamos en aquel trasatlántico que no sólo movía el lujo de quienes querían un crucero de dos semanas entre Génova y Bueno Aires, sino que también llevaba pasajeros en clases inferiores.
Nuestro camarote, dentro de lo simple, tenía un ojo de buey. Y ese es uno de los recuerdos que no se han borrado en el «reseteo» de memoria infantil; una tormenta en algún lugar impreciso del Atlántico, de noche, grandes olas, relámpagos, mucho movimiento. Supongo que por eso nunca más me he mareado en un barco, ni tan siquiera cuando en el 95 recorrí las Galápagos en un catamarán (pero eso es otra historia…).

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También recuerdo fragmentos de las comidas en el comedor lleno de gente, y un señor muy amable que hablaba muy raro y que se deshacía ofreciéndome posibles opciones para comer. En aquel entonces era un fosforito rubio y extremadamente delgado, que no comía casi nada.
Durante tiempo pensé que mis padres me habían arrastrado a aquella aventura suya de cambiarse de continente y abandonar la seguridad de lo conocido. Luego pensé que había sido afortunado de que no pasáramos el golpe del 73… y también arrastré a mi familia a la misma aventura en sentido inverso en el 92; salimos de España, el 12 de octubre de 1992, ¿parece pensado adrede, verdad?

A estas alturas hace 50 años andábamos ya por medio del Atlántico. Desde Recife fuimos derechos a Lisboa, luego Valencia y finalmente Barcelona, pero eso ya fue el 17 de septiembre.

Hoy me gustaría recordar dos momentos de ese viaje que están fijados en mi memoria claramente.

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Uno es la visión del Cristo del Corcovado, al que volvería 19 años después en una parada forzosa que me regaló Lan Chile en mi primer viaje gratis trabajando para ellos. El Eugenio C hizo su parada de rigor en Rio de Janeiro, y aprovechamos las horas que había (todo el día) para visitar la ciudad. En un taxi subimos al Corcovado, y tengo grabada la imagen de lo inmenso que me pareció.

Lo otro es algo que sucedió en el barco. Una de las noches, mis padres me llevaron a la sala de fiestas, imagino que era alguna de las especiales porque no me habían dejado con niñera. Había una orquesta, y recuerdo como me atraía el sonido de la batería. Al parecer, porque yo recuerdo viendo la batería y a una señora muy amable que me hablaba, me separé de mis padres para acercarme a la orquesta y me puse a menear el cuerpo delante de la batería. Eso no está en mi recuerdo… jeje.

La vida en el barco debió ser toda una aventura con aquella edad, pero realmente no recuerdo nada más.

El 17 de septiembre de 1968 llegamos al puerto de Barcelona. Mi padre traía una beca de 6 meses para estudiar Turismo en Deusto. Allí volvió a reengancharse como vendedor, primero de libros y al año de muestrarios de telas, como había hecho al sustituir a su padre. Yo pasé ese año de la calle General Concha estudiando en los escolapios, y delante del Emerson de 20″ en Blanco y Negro, jugando con los vaqueros de plástico y alfo fuera de sitio.

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Mi recuerdo del patio es de un sitio hostil. Echaba de menos mi casa (el edificio de apartamentos que se ve en la foto, yla obra que miraba de pequeño), a mi abuelo y el cole a donde iba en Santiago. Mi madre cuidaba de mí, y de mi padre, como ha hecho siempre, como sigue haciendo con él y con mi tía Carmen,… y conmigo cuando me dejo.
50 años son menos de una vida, o muchas vidas metidas en una. Muchas casa, varias ciudadades, diferentes ocupaciones, muchos amigos y amigas, varios por el camino…. pero ha habido una cosa fundamental…

Epílogo. 30 años.

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Hoy hace 30 años que en una tarde de septiembre organizamos una quedada en mi buhardilla de Mayor 58 en Madrid. Carlos Javier Herrero Canencia se traía una amiga. Ibamos a ver Blade Runner en el pequeño 14″ de esa pequeña buhardilla 7 personas. Ella era Carmen Ibarlucea

Marx, el marxismo y sus 200 años

A raíz de este artículo sobre el bicentenario me surge la siguiente reflexión:

Efectivamente, como indica el Cardenal Marx en esa entrevista, la influencia del marxismo es muy amplia, y en la Iglesia ha sido notoria. Pero el común no ha leído a Marx, o ha escuchado ideas que entiende como marxistas, y que realmente o son marxista-leninistas, trotskistas, maoístas o gramscianas.

Yo nunca he sido marxista. He tenido profesoras y profesores marxistas, amistades marxistas y de las escuelas antedichas, pero lo más próximo que he estado del marxismo, ha sido en una etapa entre los 18 y 19 años en los que mantuve una relación estrecha con un grupo maoísta. También coincidió con mi etapa más atea. He de reconocer mi fascinación con Rosa Luxemburgo y con Trotski, e incluso con Gramsci, pero no han conseguido convencerme del gravísimo inconveniente que se repite desde Marx; la duda cartesiana ha dado paso a la sospecha, y junto a Freud y a las malinterpretaciones de Nietszche, a uno de las debilidades del pensamiento de los últimos 150 años.

Siempre me ha parecido, no obstante, que el materialismo histórico hizo dar un gran paso en la comprensión del mundo, y sus análisis económicos nos hicieron entender que «la revolución será económica o no será», como indicaba Charles Péguy​ en 1904, unas líneas antes de acotar que «será moral o no será». Cuando éste lee a Marx nota la ausencia del ámbito personal en sus teorías. El colectivo, la clase, han sustituido a la persona. La Doctrina Social reintrodujo a la persona en la ecuación, en algunos casos con calzador, en otros, con las necesarias modificaciones, con mayor acierto.

Pero indudablemente no podríamos entender el mundo de hoy sin Marx, ni tampoco podríamos interpretarlo sin las herramientas que nos aportó. Todas somos gracias a los Manuscritos Económico Filosóficos o a La Comuna de París algo marxistas. Pero es fundamentalmente en un sentido, y no me lo tomen a mal los marxistas de verdad, espiritual.

Por que es gracias a quienes hicieron una molienda, remolienda y amasado posterior, que podemos entender las declaraciones del Cardenal Marx. Habría que citar nombres como Diego Abad de Santillán, Guillermo Rovirosa o Alfonso Carlos Comín, que desde posiciones más o menos próximas a la Iglesia y al marxismo, o incluso al anarquismo, y solo por nombrar a personas de nuestra Iberia, ayudaron a digerir lo que Marx aportaba a un pensamiento de liberación de la persona.

 

Art 3 DDHH: Vida, Libertad y Seguridad 2/2

Pues sí, estos tres elementos fundamentales y básicos de la Declaración de 1948, son el resúmen de lo que luego se van a llamar los derechos de primera, segunda y tercera generación. Ya hablamos del que fundamenta los de primera generación o fundamentales.

Ahora nos toca hablar de estos otros, reflejo de la evolución en el pensamiento en los siglos XIX y XX respectivamente.

La libertad es de esas cuestiones que siempre se abordan como un tema irresoluble o que causa conflicto, ya que se trata de uno de los conceptos fundantes del ser humano, de la persona, para muchas tradiciones, pero no para todas. Y además, es un elemento complejo en las relaciones entre personas al ser clave en la delimitación de las posibilidades de actuación. Y en ese sentido, respetar el derecho a la libertad en sentido general, tiende a referirse a la libertad de acción, ya que muchos de los otros derechos de segunda generación son realmente un desarrollo de este; comunicación, circulación, pensamiento, etc…

Y la seguridad es el que ha venido a convertirse en la estrella de los derechos de tercera generación, o aquellos que comienzan a ser reconocidos durante  el siglo XX, y más específicamente sólo después de la Declaración de Naciones Unidas. Es el elemento fundamental del pensamiento moderno, que tras la ilustración, y superada la reclamación de los derechos fundamentales y los de libertades, consideró que el derecho a la seguridad aportaba la salvaguardia necesaria al resto de derechos.

Desde mi punto de vista se ha confundido la libertad con la acción humana, dejando de lado que la propia libertad no es otra cosa que otra acción, la de liberación. En una sociedad contractual como la nuestra, hija directa del contrato social, lo que necesitamos que se nos reconozca es el derecho a liberarnos, no a ser libres. Pero por lo mismo, el derecho a la seguridad es precisamente el corset que viene a cerrar el paso de esa liberación, sirviendo de cerrojo que encierra los miedos del ser humano al otro.

El camino desde el lema de la Revolución Francesa, Libertad, Igualdad y Fraternidad, se ha convertido en Libertad, Igualdad y Seguridad. Estados sólidos, sociedades tranquilas y todo bien asegurado por la cuenta bancaria.

Art 3 DDHH: Vida, Libertad y Seguridad. 1/2

Sí, este artículo merece solo él al menos dos entradas, dos programas. En este vamos a centrarnos en la vida, derecho fundamental como ningún otro, y sin el que los demás son papel mojado, arena entre los dedos, simple declaración de intenciones.

Y sugen dos problemas con este derecho imprescindible. Uno es la imposibilidad de convertirlo en un elemento tan fundamenatal y básico que todo el mundo cumpla. El otro viene de este primero, y es el cuidado extremo que debemos poner a la hora de legislar sobre él.

Artículo 3.

Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.

Como vemos el texto diferencia ya ese gran matiz que existe entre los conceptos de individuo y de persona. El individuo hace referencia al elemento social, al proceso de especificación que sufrimos al desarrollarnos, eso que llamamos proceso de personalización, que lleva dentro un proceso de diferenciación, de individuación: Somos iguales pero distintos. Y es cada uno de esos individuos quien tiene derecho a .. la vida en este caso, por el hecho de ser persona, de esa dignidad que no podemos perder, que no la perdemos aunque queramos y actuemos de forma «inhumana».

Estaba claro que había que partir por reconocerle este derecho a la vida a todo individuo en la sociedad para que pudieramos avanzar en reconocerle otros, ya que sin este no hay nada más. Pero reconocer un derecho, no es que efectivamente no se conculque. El problema aquí, es que cuando se conculca, el individuo desaparece, la persona muere. Otros derechos al no ser efectivos pueden conllevar esta consecuencia final, pero en este caso la relación es directa e inmediata.

¿Cuándo, en qué circunstancias, podemos afirmar que no es efectivo este derecho? La muerte de alguien a manos de otro. El resto de circunstancias es cuestionable, pero esta no lo es. Cualquier medio que podamos plantear que acaba con la vida de otro ser humano, de otra persona, entra en este contexto. Y si bien todo parece muy claro, existe una circunstancia especial, la de los non-natos. Y aquí no voy a contentar a nadie, lo sé de antemano, pero desgraciadamente es lo que considero que tenemos entre manos, un dilema irresoluble. Irresoluble de manera satisfactoria para todas las personas que se lo plantean.

La existencia de la muerte, del asesinato, es algo que no se puede «prohibir», no existe un modo en el que se respete la libertad humana y a la vez impida definitivamente la muerte de una persona a manos de otra; a parte de que exista la enfermedad mental, existen muchas circunstancias que llevan al punto de la enajenación. Pero la existencia de los ejércitos presupone la existencia organizada y premeditada con el fin de matar a otra persona, aun en el supuesto de la defensa propia, aplicable a lo personal y a lo social. Como sociedad no hemos hecho nada para acabar con los ejércitos o para acabar con la fabricación de armas. Hemos fracasado desde 1948, al menos desde entonces, como humanidad, como colectivo, en el objetivo de reducir y eliminar el mayor motivo de muerte, las guerras.

Ciertamente hemos puesto ciertas dificultades, pero somos muy comprensivos, aceptamos con mucha facilidad la existencia de ejércitos y la de las armas, el concepto de defensa propia es el argumento estrella para evitar reconocer la importancia y necesidad de llevar a cabo este objetivo. Pero hemos puesto mucho esfuerzo en dificultar o eliminar la posibilidad de matar al indefenso.

Por mucho que la ciencia se empeñe no hemos conseguido ponernos de acuerdo en el momento a partir del cual una persona es tal cosa y no otra. A mi parecer, la mera posibilidad de que un cúmulo de organismos en evolución genere la existencia de una persona, ya es suficiente. Otras disquisiciones solo sirven para atenuar las posibles consecuencias que todas sabemos conlleva, y que no queremos admitir con facilidad. La cuestión es que mientras no seamos capaces de reducir al máximo las circunstancias que llevan a muchas personas a decidir abortar un proceso vital, primero no debemos criminalizarlo, y segundo no creo que debamos impedirlo dentro de unas determinadas normas. Y esto, desde mi punto de vista es terrible, pero tan terrible como tener ejércitos, o dejar morir de hambre a miles cada día sin cambiar nada nuestros hábitos. Ni más, ni menos.

Por tanto, la persona es un fin en sí mismo, está dotada de una dignidad que implica unos derechos, pero ya en el derecho fundamental debemos comenzar a transar, a negociar, porque hemos sido incapaces de hacerlo una realidad.

 

Sobre los DDHH 1

Me he propuesto repasar algunos artículos de manera independiente, y otros en bloques, para retomar un tema (el de los DDHH) pero del que muchas veces no somos plenamente conscientes de su relevancia moral y jurídica en la vida diaria.

Se consultó con cientos de especialistas de forma directa a la hora de redactar el texto final, de todos los ámbitos y procedencias, pero indudablemente había un peso muy grande del pensamiento occidental, y de las culturas marcadas por el cristianismo, además de aquellos países que habían adoptado el marxismo como línea predominante.

Y para hacerlo con un orden, vamos a empezar por el principio:

Artículo 1.

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

Artículo 2.

Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación de soberanía.

Estos primeros dos artículos son el marco para el resto y ponen ya algunos términos que no siempre están claros, máxime después de los casi 70 años que tiene esta Declaración Universal (el próximo 10 de diciembre se conmemorará), en nuestra boca y oídos: Dignidad, Persona, y Derechos.  Y son 3 conceptos fundamentales para entender los artículos que sigan.

De la substancia individual de naturaleza racional de Boecio, apasando por el sujeto fin en sí mismo de Kant, a ese ser humano libre, comunitario y con una dignidad inalienable, ha trascurrido la historia de la filosofía, pero estas dos últimas acepciones tuvieron un peso fundamental a través de pensadores consultados en el proceso como Emmanuel Mounier.

Pero, ¿qué es eso de la dignidad? Es la cualidad que confiere la obligación de respetar íntegramente a quien la posee; no se puede perder, es inherente, y además obliga moral y jurídicamente. Somos sujetos de derecho, porque somos dignos. Por ello es fundamental que se entienda este concepto, para comprender lo importante de esta Declaración. Y en ella misma radica uno de sus grandes problemas; nadie consultó a los representantes de las tres cuartas partes de la humanidad si estaban de acuerdo en esa idea.