En diciembre de 1978 yo tenía 15 años. Aquel era un año de varicela, de vacaciones en Tabernes, y de aquellas cosas que eran normales en la España de los 70. También es cierto que había sido el año de mi despertar en política, en el instituto Calderón de la Barca entre Usera y Carabanchel, había tenido los primeros contactos con el mundo de la política, de la interpretación de la historia de esas otras maneras que pueden ser vistas a parte de la versión oficial.

Es cierto que mi entorno era monárquico de centro izquierda y mi familia era muy juancarlista. Durante aquellos años del principio de la transición había entendido que la España de antes no era algo bueno y había que cambiarla, había que superarla, dejando atrás los años de la dictadura, la misma que ahora en mi Chile natal campaba a sus anchas, y que podíamos hacerlo gracias a un señor de traje oscuro y raya al lado que se llamaba Adolfo Suárez, que había conseguido acomodar a ultramontanos y a progresistas para poder llegar a ese punto de equilibrio que permitiera una nueva vida en esa España tan acomodada a vivir como se pudiera, o sea, a sobrevivir.
la Constitución del 78 fue una solución que a todas luces daba la impresión de ser un parche
Pero desde el principio, la Constitución del 78 fue una solución que a todas luces daba la impresión de ser un parche, algo para poder pasar página. Para muchos, el hecho de que la anterior Constitución hubiera sido eliminada después de un golpe de estado y una guerra civil, y que las normas fundamentales de los últimos 10 años hubieran sido promulgadas en unas elecciones controladas y falsas, hacía que este nuevo momento, dirigido por un régimen que además había sido el responsable de colocar como jefe del estado al rey Juan Carlos, hacía que todo pareciera gradual, suave, una Transición en paz. Esta nueva Constitución, a pesar de ser redactada por unas personas elegidas en unas primeras elecciones, donde ya habían participado muchos partidos y de los que habían sido perseguidos durante la dictadura, precisamente por los elementos anteriores no se apreciaba que tuviera los elementos necesarios para ser considerada como una norma lo suficientemente amplia para ser aceptable.
aquella Constitución guardaba muchos de los elementos que habían debido ser aceptados para contentar a los elementos más conservadores
La campaña publicitaria de la Constitución como elemento anti miedo, anti guerra, anti fantasmas, del olvido para seguir adelante, fue muy efectiva y consiguió el efecto deseado siendo aprobada en referéndum por las dos terceras partes de las personas con derecho a voto. Pero aquella Constitución guardaba muchos de los elementos que habían debido ser aceptados para contentar a los elementos más conservadores, que venían del régimen de la dictadura y por lo tanto se vislumbraba una época en la que daríamos paso posteriormente, a cambios y modificaciones en dicha ley.
Pero esos cambios no han existido, no llegaron. El único cambio que ha sufrido esta Constitución fue precisamente un cambio realizado con nocturnidad y alevosía, o lo que es lo mismo en esta España que no cambia, con calor y en mitad de agosto por parte de los dos partidos mayoritarios que sumaban casi 300 escaños en el Parlamento en aquel momento, y necesitaban realizar una modificación para dejar el camino abierto a las necesidades del capital ante la nueva crisis que estaba atenazando el país y a medio mundo.
La España de las autonomías que debería haber sido un paso previo para un estado más federado y europeísta ha mantenido vivo el sentimiento de esa España tradicional
No haber modificado en 40 años la Constitución no es un síntoma de estabilidad, sino de debilidad ante las presiones de los sectores más conservadores, y ha traído como consecuencia que la estructura del estado, el reparto de poderes, los pasos que hay que dar para realizar los cambios en dichos poderes, y el establecimiento de nuevas leyes que garanticen los derechos que van apareciendo a medida que va cambiando la sociedad, hayan quedado encorsetados, restringidos a unos procedimientos más propios de la dictadura que de la democracia, y nos ha colocado en un punto complicado de nuestra historia, ya que coexisten nuevas ideas de funcionamiento democrático con estructuras de un conservadurismo que dificulta cualquier cambio o actualización de las normas y de las propias estructuras.

La España de las autonomías que debería haber sido un paso previo para un estado más federado y europeísta ha mantenido vivo el sentimiento de esa España tradicional que pretende ser una, grande por su historia y libre de cualquier influencia exterior. Y lo ha mantenido porque no hemos sabido ir actualizando el modelo y creando la base para una constitución de un país parte de un único estado europeo, el que ahora se enfrenta a pasos necesarios de ampliación de sus leyes comunes a ámbitos hasta ahora imposibles de abordar como la educación, fundamentales para crear las bases de ese estado unificado futuro, cada vez más imposible.
Así las cosas el cambio que pudo haber supuesto el 15M y la aparición de nuevas formas políticas, como consecuencia de esos movimientos ciudadanos, en estos momentos se encuentra en un punto de quiebre debido a que quienes realmente empiezan a aparecer con fuerza son movimientos de reacción para los que el sentimiento nacional de identidad es lo único que queda después de 40 años de democracia.
La transición española es por tanto un ejemplo de frustración y de fracaso, que solamente ha conseguido mantener la paz social a base de las subvenciones europeas y la creación de estructuras de la administración enormemente grandes.